martes, 19 de marzo de 2019

Venezuela, Miranda, Bandera Tricolor por Eloy Reverón


Proyectado como el ideal del hombre ilustrado, desde una ideología que no advierte ni disimula no advertir que El Héroe es producto y arquetipo de la clase social donde emerge el hijo del comerciante dedicado al estudio de las Artes, las lenguas clásicas y modernas, aficionado a la música, la geometría, y que por si fuera poco llegó a España con el objeto de formarse en artes militares.


El Joven cultivado esmeradamente en la misma casa de estudios y ambiente cultural donde se formó lo más granado del pensamiento emancipador hispanoamericano, la universidad establecida desde el Seminario de Santa Rosa erigido en universidad por Real Cédula de 1721-1722, pero lo más importante, el inventario de 2000 libros que le deja como herencia el Obispo Antonio González de Acuña (1620-1682), formado en la Universidad San Marcos de Lima. Allí fue donde se formó lo más granado del pensamiento emancipador venezolano aquellos que se proyectaron al mundo marcando su huella en la historia por los atributos de su formación.
 Además de los conservatorios de música que llegaron a contar con más de doscientos compositores, contó la Ilustración caraqueña con la biblioteca del Convento de la Merced, patrona de los cultivos de Cacao, donde iban a parar los libros que la Guipuzcoana traía en sus barcos, amén de los decomisados por La Iglesia. Los padres mercedarios venían de una tradición paralela a los Templarios en el peregrinar a Tierra Santa, en cuyas cárceles se cambiaban por templarios prisioneros para predicar el evangelio en las cárceles musulmanas. Acompañaron a los Caballeros de la Orden de Santiago en la Conquista del Valle de Los Caracas.

La tradición universitaria limeña está vinculada a la Compañía de Jesús, de allí procedía el célebre obispo de Caracas. De allí venía Juan Pablo Viscardo y Guzmán (1748-1798), redactor de la célebre Carta de los Españoles Americanos traducida y divulgada  por Francisco de Miranda (1750-1816) en 1801 y a la cual el masonismo argentino, representado por Bartolomé Mitre (1821-1906), quien la presentó  como una logia de masones que actuaban como precursores de la Independencia Americana, y que más tarde citara el escritor Jules Mansini sin el más mínimo criterio historiográfico. Lo cierto es que Miranda resultó mejor vinculado con los Jesuitas que con los masones, en esa época profundamente monárquicos. 

Lo cierto es que desde muy corta edad, Miranda y el bagaje intelectual que lleva de Caracas a España, comienza a establecer contacto con traficantes de libros prohibidos, y es durante un viaje a Gibraltar donde establece una amistad que le acompañará por el resto de su vida desde lo lejos. Se trata del acaudalado y exitoso comerciante británico, Jhon Turnbull, quien le brindará el apoyo necesario para remitir a Londres todos los libros adquiridos y leídos a lo largo de las cuatro décadas de su vida peregrina como encendedor de la mecha liberadora de la emancipación americana.

Toda su vida acontece cuando Inglaterra realizaba los movimientos tácticos para el desarrollo de su estrategia de dominación ideológica sobre las naciones que aceptaron los postulados del Libre Comercio y la no intervención del Estado en la economía como un “principio científico de carácter universal” que se constituyó en el primer eslabón de la cadena que ataría a sus naciones ideológica, política y económicamente subordinadas a su hegemonía. Más allá de que hubieran alcanzado los atributos formales de la soberanía.


Es así como la vida de Miranda nos ilumina aún, con su fuego sagrado para ver el camino de la historia a fin de entender que los países que emprendieron con éxito la insubordinación ideológica de Inglaterra, como Estados Unidos, Alemania y Japón, rechazaron la ideología propagada por la Gran Bretaña: el libre comercio, que debía ser completado por el apoyo estatal y su proteccionismo económico, inversiones públicas y subsidios estatales para impulsar el proceso de la propia industrialización.

Es así como Francisco de Miranda nos permite ver con mayor claridad como estos tres países lograron industrializarse para convertirse en Estados efectivamente autónomos, donde la soberanía va más allá de los símbolos patrios y la arenga politiquera. Una soberanía mirandiana que comienza en la libertad de la conciencia.

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