jueves, 31 de enero de 2013

Contracultura por Eloy Reverón

Entre la inmensa cantidad de conceptos concebidos para la cultura, Ludovico Silva encontró uno definido por el economista egipcio Samir Amin que lo resume como el modo de utilización de los valores de uso. Silva elaboró su ensayo sobre la idea de que el capitalismo, por ser un sistema fundamentado sobre valores de cambio, carece de una cultura propiamente dicha, y a cambio tiene algo completamente distinto que es la contra cultura. De esta manera, la cultura capitalista no es más que ideología.

La verdadera cultura es aquella que genera conciencia sobre la idea de que todos tenemos igual derecho a participar en la riqueza social. La ideología capitalista es contracultural porque se refiere a la fachada del edificio social, al Estado, la moral, los cuerpos jurídicos, el arte, la política, dejando a un lado lo esencial que son los cimientos ocultos, la infraestructura tecnológica, las relaciones de trabajo, la maquinaria, el aparato material productivo. 
 Es allí, en el interior de la estructura social donde reside la ideología. El capitalismo vende como cultura la fachada del edificio, cuando en realidad esa ideología reside en el interior mismo del aparato productivo, en una serie de enunciados semi axiomáticos que justifican la explotación. En el interior de las cadenas de comunicación social que se apoderan del inconsciente colectivo de los usuarios para someterlos a necesidades artificiales creándoles una imagen del mundo favorable a los intereses leales al sistema de explotación económica.

La ideología se encuentra dentro de los templos donde la religión católica se utiliza para santificar la pobreza y resignar a los pobres con el cuento de que la verdadera riqueza no pertenece a este mundo, cuando la esencia del cristianismo es, en realidad la elevación de una conciencia liberadora, que sacó a los hebreos de Egipto, y que minó las bases del imperio romano desde las catacumbas cristianas. 

Es necesario diferenciar el aparato religioso como instrumento al servicio del capital y a los trabajadores intelectuales que contribuyen a incrementar las necesidades ficticias que solo favorecen las necesidades del mercado.

Entonces, es la contracultura con sus científicos y artistas rebeldes y radicales, los encargados de recordar a esta sociedad, que ninguna civilización es lo suficientemente grande si antes no asume como primera función el humanismo.

La ideología y la cultura solo se deben dividir para efectos del análisis teórico porque forman parte de la fachada del edificio social. Son dos regiones de la supraestructura social que se interrelacionan. Si tomamos como ejemplo el arte, con su misión de descubrir las relaciones que existen entre los seres humanos, suele crear dificultades al sistema cuando desnuda lo que el sistema pretende ocultar, así el arte se opone al sistema y se convierte en contra cultural. 

Ejemplo de la obra de Stendhal con su libro Rojo y Negro mediante la cual desentrañó el mundo psicológico del siglo XIX. Al igual que Honorato de Balzac, con su obra La Comedia Humana, donde retrata el putrefacto mundo de las relaciones mercantiles, y las relaciones burguesas de producción, y con cuya presencia en el mundo de las letras enriqueció la cultura de su época, y su actitud como ideólogo deja mucho que desear porque era en realidad una suerte de monárquico trasnochado, aspirante a títulos de nobleza, plebeyo rechazado por las mujeres aristócratas a las que aspiraba, un verdadero reaccionario con ínfulas de grandeza nobiliaria, que también fue un auténtico revolucionario con su arte novelístico. Todo ésto lo reflexionó y expuso Ludovico a lo largo de su vida.

La virtud de Ludovico es que ni repetía ni parafraseaba a los grandes filósofos. Intentó transformarlos y superarlos para adecuarlos las nuevas realidades sociales. Por tanto, conceptos como dialéctica, materialismo dialéctico, alineación o ideología le sirvieron para mostrar la actualidad y vigencia de esos conceptos establecidos desde la obra de Marx, a través de la aplicación de tales categorías a la realidad latinoamericana.

La dialéctica marxista para él no era más que un método para presentar los hechos históricos según su dinámica estructural. Respecto al materialismo dialéctico, rechazó la idea de concebirlo como un sistema filosófico.

Conoció detalladamente la historia del vocablo ideología. A la que concibió como un sistema de creencias y valores generados por las sociedades para justificar la explotación y entronizarla en la mente social, como algo natural e inevitable. La ideología está determinada por la estructura social.